¿Estáis
tentados de llamar a Supernanny para lograr que vuestros hijos os hagan caso?
Si esta es vuestra situación, antes de hacerlo, leed con atención estas líneas.
Para los que no saben de qué estamos hablando, la llamada Supernanny es una
psicóloga que, a través de un programa de televisión, visita a padres en apuros
cuyos hijos, de apenas unos años de edad, “se les fueron de las manos”. Y, en
unas semanas, esta profesional consigue poner orden donde antes había caos.
En
la actualidad, la sobrecarga de los horarios profesionales, las nuevas
estructuras familiares, la escasez de tiempo de descanso compartido y el ritmo
de vida estresante de padres e hijos dificulta en gran medida la tarea de
educar. Pese a que no hay fórmulas ni recetas mágicas para resolver los
problemas de comportamiento de los niños, hay una serie de normas que, si se llevan a la práctica diaria, ayudan a prevenir
conductas no deseadas. Son sencillas, pero efectivas:
1. Acordar
unas normas de comportamiento claras y coherentes. Que sean pocas, pero que se
cumplan.
2. Proporcionar
un ambiente familiar lo más estructurado y ordenado posible, con un horario
para estudiar, merendar, ocio, actividades extraescolares, etc.
3. Poner
límites educativos claros y apropiados a la edad (no es lo mismo un niño de
tres años que otro de diez).
4. Favorecer
la autonomía en las tareas cotidianas y evitar la sobreprotección, siempre
dañina a largo plazo.
5. Crear
hábitos de estudio desde los primeros años de escolaridad y programas un
trabajo diario.
6. Reforzar
la autoestima, lo que significa destacar los aspectos positivos y no sólo
recordar lo que se hace mal.
7. Premiar
las conductas que se logran. Los premios no tienen por qué ser caros; ni
siquiera tienen que ser objetos. Felicitar con una sonrisa o un beso es un buen
regalo.
8. Cumplir
los castigos que se anuncian: las amenazas que no se llevan a la práctica son
contraproducentes, ya que se pierde toda la credibilidad. El castigo siempre
debe ser proporcionado, adaptado a la edad e inmediato al comportamiento que se
quiere eliminar.
9. Mostrar
coherencia entre ambos padres sobre la forma de educar, por lo menos delante de
los hijos. Tampoco es conveniente centrar la autoridad en uno solo (“verás cuando
venga tu padre”). Y en el caso de que se conviva con otros adultos, hay que
unificar las normas. No vale que la abuela le deje hacer lo que sus padres le
tienen terminantemente prohibido.
10. Crear
pequeños espacios para el diálogo (que no es lo mismo que hacer un
interrogatorio): que cada día haya un momento para que padres e hijos se
cuenten sus cosas, por ejemplo, mientras se juntan a comer o cenar.
Qué hacer cuando…
·
Falta al
respeto porque se siente frustrado, es decir, monta la clásica rabieta: No
se le debe hacer caso y se le manda a su cuarto. Cuando esté dispuesto a hablar
de forma tranquil, se le debe prestar atención y, en lo posible, se atiende su
petición.
·
Se le
llama diez veces para que vaya a cenar y no hace caso: Comportamiento
erróneo. Cuando sea la hora de cenar, hay que llamarlo una vez, como mucho dos.
Si no hace caso, cuando por fin llegue se le pone a cenar aparte o se le deja
sin postre.
·
No
obedece: El adulto debe ponerse a su altura, mirándole a los ojos, y con
las manos sobre sus hombros, se le repite la petición con voz firme, pero sin
gritar. Si no obedece, se le manda a su cuarto. Cuando finalmente haga lo que
se le decía, se le felicita (y no se le recrimina. “Es lo que tenías que haber
hecho desde el principio”)
·
Se pelea
constantemente con su hermano: Si es posible, hay que intentar que pasen
menos tiempo juntos, pero que se lleven mejor. Si discuten por un juguete, se
guarda hasta que se pongan de acuerdo. Si uno le pega al otro, hay que atender
al agredido e ignorar al agresor.
·
Ante la
amenaza de un castigo, dice. “Y a mí qué me importa”: Cuando contestan así
es fácil desconcertarse y pensar que nada funciona con este niño. Eso es
precisamente lo que él quiere, manipular la situación. Pero como es casi imposible
encontrar a un niño al que no le importe nada, la respuesta es: “Bien, pues ya
que no te importa, te quedas castigado…”. Y cumplirlo, aunque ponga una sonrisa
de “ya os dije que no me importaba”.
Importante:
·
Donde
dije digo…
La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace da
seguridad y confianza a los niños, porque así saben con exactitud dónde están
sus límites. No cumplir un castigo que se anuncia o conceder un premio cuando
el comportamiento no fue el pactado, crea con fusión en sus cabezas. Saber que
si se ponen muy pesados se les acaba perdonando la sanción o que aunque se
porten mal van a ser recompensados, no los beneficia en nada, más bien al
contrario
·
Mejor en
positivo
A la hora de lograr un cambio de conducta las alabanzas y
los elogios son mucho más eficaces que las críticas. Un niño que no para de
oír, por parte de sus padres o profesores, que es un desastre, que no tiene
arreglo, o que es un demonio, probablemente lo acabe siendo. Por el contrario,
si se van reforzando sus pequeños logros, ignorando sus errores y castigando
sus salidas de tono, el resultado va a ser mucho más positivo.
(Extraído de “Guía del profesor
de Orientación educativa”. La Voz de Galicia, 2009)